El genial periodista uruguayo tuvo la particularidad de presenciar todos
 los mundiales de fútbol hasta que nos abandonó. Un personaje 
insoslayable para el “ruido de pelota” de los tiempos que nos tocan 
vivir…
 Por Diego Zelonka, socio del CIHF.
A lo 
largo de los años, los mundiales han sufrido infinidad de variantes. Su 
organización, el número de seleccionados participantes y los países y 
ciudades que fueron sede son sólo algunos de los cambios que se 
sucedieron desde aquella lejana primera cita de Uruguay 1930. Equipos 
que, partiendo de jugadores que sorprendían por su destreza, maestría y 
habilidad para tratar la pelota, deslumbraron por su forma de jugar. O 
sistemas que se fueron perfeccionando con el tiempo hasta llegar a ser 
lo que hoy llamamos “táctica” y “estrategia”.
 Pero hay algo que, por
 ser la esencia del deporte, no pudo ni podrá modificarse jamás: la 
pelota. El “balón”, el “esférico”, nunca perdió su identidad. Aunque 
varíen los colores, los gajos o la marca, siempre será redonda. Y 
siempre querrá descansar en las redes del arco, preferentemente en el 
del rival.
Así, desde aquel Uruguay ’30 hasta Estados Unidos ’94, 
los mundiales tuvieron una singularidad. Algo que tampoco se modificó. 
La presencia de Luis Alfredo Sciutto, conocido también por el seudónimo 
de Diego Lucero.
Este gran periodista uruguayo, ya fallecido,  tiene
 la particularidad de haber sido la única persona en el mundo que cubrió
 todos los mundiales de fútbol, consecutivamente, desde 1930 hasta 1994.
 Lucero nació el 14 de junio de 1901 en el barrio Bella Vista de 
Montevideo. Trabajó como empleado de una compañía de telégrafos llamada 
Western, fue dirigente sindical y jugador de fútbol, desempeñándose en 
la posición de número cinco, en los clubes Suárez, Lito, Bella Vista y 
Nacional. Su habilidad  y destreza para la práctica del fútbol lo 
llevaron al seleccionado, en el que tuvo un paso fugaz hasta 1929, año 
en que decidió “colgar” los botines para dedicarse al periodismo.
Escribió sus primeras notas cuando todavía era jugador, para los diarios
 La Tribuna Popular y El Imparcial. Luego creó y dirigió el periódico 
Marcha, fue fundador de El Nacional y de Radio El Espectador, como así 
también periodista de El Plata.
Luis Alfredo Sciutto era su 
verdadero nombre, pero muchas veces firmaba sus crónicas como Ciriaco 
Sirio, Wing, Perico Pérez, Primo Chirola y José del Solar, hasta que 
adoptó finalmente el seudónimo de Diego Lucero.
En 1935, mientras 
Argentina sufría la llamada “Década Infame”, Italia todavía festejaba su
 primer mundial y el mundo comenzaba a conocer aún más a Benito 
Mussolini y a Adolf Hitler, decidió radicarse definitivamente en Buenos 
Aires, trabajando para el diario Crítica y como corresponsal de Radio 
Carve y del periódico El Pueblo, dos medios uruguayos. Diez años después
 se incorporó a Clarín, siendo participe del nacimiento de ese diario.
A lo largo de su carrera como periodista, se entrevistó con los 
personajes más importantes del Siglo XX. Benito Mussolini, Luigi 
Pirandello, Albert Camus, Pablo Picasso, Federico García Lorca, Indira 
Gandhi, Francisco Franco, Ben Gurión, Juan Domingo Perón, Hipólito 
Yrigoyen, Humberto de Savoia, Moshe Dayan y David Alfaro Sequeiros, son 
sólo algunos de los notables con los que compartió un reportaje, con la 
curiosidad de que estas notas iban firmadas con su verdadero nombre y 
apellido.
“En cada viaje que hice estuve interesado en reflejar la 
situación política, social y cultural de cada país, y en descubrir a sus
 personalidades más importantes. En los Juegos Olímpicos de Berlín, en 
1936, me dediqué toda una tarde a tomar datos para un artículo sobre los
 gestos y movimientos de Adolf Hitler, que estaba a 10 metros de donde 
estaba yo”, recordó alguna vez.
Cuando comenzó la Guerra Civil en 
España, el diario uruguayo El Pueblo lo envió como corresponsal. “Un 
grupo de soldados nos detuvo cerca de Madrid, y uno de ellos ordenó que 
nos fusilaran. ´Tres a cada uno y apuntar a la cabeza´, gritó el militar
 que había dado la orden. Hasta que apareció un oficial que pidió 
interrogarnos. Eso nos salvó”, contó el periodista. Quedó libre por una 
gestión directa de Franklin Roosevelt, por entonces presidente de los 
Estados Unidos, que se enteró de su situación y se ofreció como 
mediador.
Pero su gran pasión por el arte, lo popular y el fútbol lo
 relacionó naturalmente con este deporte. A través de los comentarios de
 los partidos en su columna semanal Minuto 91, creó un estilo propio, 
con prosa colorida, sabia, traviesa, costumbrista, con mucho lunfardo. 
El lector se adentraba fácilmente con la pizca de fantasía en medio de 
tantas realidades y emociones. Sus notas se editaban con una caricatura 
suya de perfil que, como lo definió  León Benarós, daba justo su imagen 
parecida a “un italiano del norte”. Y la firma del seudónimo al pie, con
 su propia caligrafía.
A menudo se valía de dos personajes suyos, la
 Ciriaca y Pata´e Catre, a quienes les hacía expresar sus verdades 
futboleras. El suyo era el lenguaje del tablón, como él mismo lo 
bautizó. “Cada crónica que escribía portaba un germen lírico y barrial”,
 dijo sobre él Jorge Valdano.
Además de Clarín, colaboró en los 
diarios Mayoría, El Día, El Popular, La Razón y varios de Montevideo, 
así como en las revistas Primera Plana, La Maga y El Clásico. Escribió 
el libro, por el cual fue galardonado, “Roberto Noble, un gran 
argentino”, que trató sobre la vida del fundador de Clarín. Otra obra de
 su autoría fue “Siento ruido de pelota”, editado en 1975, y el titulado
 “10.000 horas de fútbol” (editado en 1996, tras su muerte, recopilación
 de Enrique Escande). Otras de sus pasiones, además de la escritura, 
fueron la pintura y la escultura.
Por su trayectoria fue premiado 
con las mayores distinciones que otorgan la Asociación del Fútbol 
Argentino, la Confederación Sudamericana de Fútbol y la FIFA, la máxima 
autoridad del fútbol mundial. Este premio se lo había dado 
especialmente, el por entonces presidente de la entidad, João Havelange,
 durante el transcurso del Mundial de fútbol que se realizó en 1994, en 
los Estados Unidos.
Diego Lucero dejó este mundo el 3 de junio de 
1995. A causa de un paro cardíaco, murió en el Centro Oncológico Manuel 
Gonnett de la ciudad de City Bell, partido de La Plata, cuando estaba 
próximo a cumplir 94 años. Desde entonces escribe con su maestría y 
lenguaje único, las crónicas de los mundiales celestiales.
Tapa del libro “Siento ruido de pelota” de Diego Lucero, Editorial Freeland, Buenos Aires (1975). 
 

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