La injerencia de representantes y empresarios de todo pelaje en
detrimento de los clubes y aun de los propios jugadores, las cifras
astronómicas que están en danza y la profusión de términos como “fondos
de inversión” y “derechos federativos” son algunos de los aspectos que
definen el mercado de pases en el fútbol actual. En tiempos ya idos, los
clubes negociaban cara a cara, los
medios de pago podían responder a necesidades materiales de las
entidades involucradas y los números que se barajaban tenían más que ver
con el poder adquisitivo de la población y el estado del país.
El
recuerdo de cómo se desarrollaban las transferencias de jugadores
décadas atrás y algunos ejemplos representativos de una época en la que
aún primaban otros valores y el romanticismo.
Por Rafael Saralegui (Buenos Aires, Argentina), antiguo socio del CIHF en una nota vigente de 2004.
Los jóvenes que en los últimos años engrosaron en el país la enorme
legión de aficionados al fútbol, cuando se trata de transferencias de
los jugadores mejor cotizados en el mundo sólo oyen hablar de millones
de dólares.
Esta realidad contrasta notablemente con la del mercado
doméstico argentino de futbolistas, austero y empobrecido por estar
inmerso en un contexto económico fuertemente contraído.
No se trata
aquí de desarrollar una explicación acerca de las causas que motivaron
realidades tan abiertamente contrapuestas, sino sólo de recordar algunos
antecedentes sobre el traspaso de jugadores en nuestro país, que
contrariaron los marcos convencionales de esta clase de operaciones,
como el desembolso de dinero o el trueque de futbolistas.
Los
procedimientos en la plaza local se repitieron durante largos años: los
dirigentes de los clubes interesados en obtener la cesión de un
futbolista ajeno se apersonaban a sus pares de la otra entidad para
conocer sus pretensiones, contraofertar y regatear, hasta llegar a un
acuerdo o desistir definitivamente de la adquisición.
Al promediar
la segunda mitad del siglo pasado, aquella modalidad comenzó a ser
dejada a un lado,
primero en forma casi discreta y más tarde
desembozadamente, por la actividad, que al comienzo se consideró una
rareza y terminó imponiéndose por la generalizada aceptación de las
partes interesadas, de los representantes de jugadores.
Ya no se
negociaba de club a club sino que, en forma equidistante de ellos, la
esencia de la operación pasaba por un nuevo eje, el representante, que
procuraba acercar a las partes y obtener la mejor tajada para su cliente
o representado.
La defensa de su protegido llevaba al intermediario
a discutir las condiciones contractuales con la nueva institución y al
manejo de otra clase de intereses concernientes a su representado como,
por ejemplo, la publicidad.
En la actualidad, los representantes
siguen operando activamente en dos frentes: el modesto mercado local,
que hace mucho no registra una operación de campanillas entre entidades
vernáculas, y el internacional, mucho más poderoso y atractivo, en el
que se colocan futbolistas a valores imposibles de pagar aquí.
Hace tiempo y a lo lejos...
La marchita realidad de estos días tiene antecedentes añejos y
lejanos, entre los que no faltan casos y situaciones inimaginables de
reiterarse en la actualidad.
El “movimiento de jugadores” en el país
–así titulaba La Nación hace muchos años la información cotidiana
referida a las transferencias de futbolistas, generada habitualmente en
los tres primeros meses del año– comenzó antes de la implantación del
profesionalismo, acontecimiento registrado en 1931.
La primera operación ajena a la modalidad imperante en la época, se remonta a 1928.
A comienzos de ese año, el Club Atlético Almafuerte batallaba en la
División Intermedia del Ascenso de la Asociación Amateurs Argentina de
Fútbol –una categoría bastante alejada de las más promocionadas– junto a
otras entidades modestas como Albion, Guarany de Balvanera, Libertad,
Liniers, Lomas Juniors, Nueva Pompeya y Sportivo Ramos Mejía.
En el
centro de la línea media de Almafuerte sobresalía Máximo Federici, de 23
años, de cuya sangre piamontesa daba sobrada cuenta su combativo estilo
de juego.
Nacido en el barrio de Belgrano, vivió desde chico en Parque de los Patricios y en sus baldíos forjó su perfil futbolístico.
No podía extrañar que sus campañas en Almafuerte llamaran la atención
de los dirigentes de Huracán, el patrón futbolístico del barrio, que no
demoraron en manifestar el interés en incorporarlo a sus filas.
Simultáneamente, la dirigencia del “Globito” encaraba el cambio en su
campo de juego de 300 chapas, deterioradas por abolladuras y el paso del
tiempo; Almafuerte necesitaba esas chapas, abolladas como estaban, y no
podía aspirar a algo mejor para mejorar sus instalaciones.
De tal manera, el “flaco” Federici llegó a Huracán y las chapas se salvaron de su casi seguro destino chatarrero.
Meses después, Almafuerte, de bien ganada popularidad en la zona Oeste, conseguía un amplio predio en San Justo.
Imagen de Máximo Federici con camiseta de Huracán (1933).
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