La nota fue escrita en 2005 y no quisimos actualizarla porque le da un motivo más de nostalgia.
Por Luis Prats (Montevideo, Uruguay), socio del CIHF.
Resulta imposible cruzar Montevideo de norte a sur o de este a oeste sin toparse con su rotunda figura de paredes circulares y su torre desafiando los vientos. Tan significativo para la ciudad como importante para el fútbol, el Estadio Centenario es, por sobre todo, el lugar donde cualquier uruguayo guarda el recuerdo de algún domingo.
El Centenario cumplió 75 años el lunes 18 de julio de 2005: el aniversario lo encontró tan imponente, cómodo y funcional como el día que abrió sus puertas a una multitud jamás vista hasta entonces en estas playas. Sigue siendo el monumento a la pasión por un juego, aunque a su alrededor Montevideo haya cambiado y en su interior el fútbol marche penando.
Su construcción fue el símbolo de un Uruguay capaz de forjar sueños y convertirlos en realidad. Mucho antes de que se colocara el primer ladrillo, era una idea de paisajistas y un anhelo de futboleros. Los planes necesitan una palanca que los ponga en movimiento y en este caso fue la organización del primer Mundial de fútbol en 1930. Pero la iniciativa original de un escenario deportivo en ese lugar venía desde el siglo XIX, cuando ni siquiera había clubes de fútbol en este país.
Hacia 1889, el paisajista francés Edouard André formuló un primer plan para dotar a Montevideo de un gran parque público, con jardines, avenidas e instalaciones deportivas. Su colega compatriota Carlos Thays afinó la propuesta en 1911, bajo el nombre de Parque Central. El lugar escogido era un amplio descampado situado más allá de donde terminaba la avenida 18 de Julio, conocido popularmente como Campo Chivero. Los terrenos habían pertenecido a Antonio Pereira, cronista y autor teatral, hijo del ex presidente Gabriel Antonio Pereira, quien los legó al Estado en 1906 con el fin, justamente, de destinarlo a espacios verdes.
Un plano de la ciudad guardado en la Biblioteca Nacional, sin fecha pero impreso presumiblemente entre 1918 y 1920, muestra ese paseo con canchas de tenis y cricket donde hoy está la Pista de Atletismo, una “lechería” y un zoológico al sur y un stadium en el preciso lugar donde ahora está el Centenario. Una curiosidad adicional: se señalaba el proyecto de extensión de 18 de Julio hasta Propios. Parque Central quedó como denominación de la cancha de Nacional, mientras el Campo Chivero pasó a llamarse Parque Pereira, luego Parque de los Aliados y finalmente Parque Batlle, aunque la proverbial resistencia de los montevideanos a cambiar los nombres en su ciudad mantiene, hasta el siglo XXI, el penúltimo bautismo.
Sede Mundial
En los años ´20 el fútbol ya despertaba pasiones y los pequeños estadios de madera de Peñarol y Nacional eran insuficientes para los principales partidos. Fue entonces que Uruguay se postuló para organizar el primer Mundial, fijado para 1930. La candidatura uruguaya fue respaldada por dos promesas: construir un gran estadio y pagar todos los gastos de las delegaciones visitantes. Para sostener el plan, el Parlamento votó en pocas horas una ley que destinó 500 mil pesos a tales menesteres. Y la FIFA lo aprobó en mayo de 1929.
Quedaba poco más de un año para cumplir lo prometido. Para diseñar el escenario, el 12 de julio se designó al arquitecto Juan Antonio Scasso, director de Paseos Públicos de la Intendencia, quien contó con la ayuda de dos estudiantes de Arquitectura, José Domato y Pedro Danner, y un dibujante, Cayetano Magliano.
Scasso tenía 37 años cuando proyectó el Estadio. Y aunque luego cumplió una importante labor -diseñó el Hotel Miramar, el Club Náutico y la sede antigua del Club de Golf del Uruguay y ganó el concurso para el Plan Regulador de la ciudad argentina de Mendoza-, su prestigio profesional quedó ligado para siempre al Centenario. En lo deportivo, fue presidente de Peñarol en 1932.
El 21 de julio se colocó la piedra fundamental en el extremo oriental del Parque Batlle, una pequeña elevación del terreno a cuyos pies había una zona pantanosa. Se trataba de las nacientes del arroyo Pocitos, pronto entubado pero cuya humedad continuó aflorando por años en el campo de juego.
Apenas un mes después de su designación, Scasso convocó a varios periodistas y les mostró sus bocetos: un escenario elíptico con tres tribunas de tres tramos y otra, la oficial, con dos. Casi exactamente como es hoy. El detalle que más llamó la atención fue la torre que coronaba una de las tribunas.
Su proyecto estaba marcado por la funcionalidad de cada aspecto de la construcción -facilidad para el ingreso y la salida del público, excelente visión desde cualquier asiento, cabal aprovechamiento del desnivel del terreno-. Se inscribió además en una época en que Montevideo cambió su fisonomía a través de una serie de ambiciosas obras públicas y privadas, como el Palacio Legislativo, la Rambla Sur o el Palacio Salvo.
En 362 días
Desde la piedra fundamental hasta la inauguración del Centenario, transcurrieron 362 días. Hoy es inimaginable una construcción de esa magnitud en menos de un año, aún con la maquinaria moderna que Scasso no tuvo. Lo lograron 1.100 obreros, trabajando en tres turnos, incluso por las noches. Las excavaciones en el predio comenzaron el 3 de septiembre de 1929. Las obras de hormigón armado, el 1 de febrero de 1930.
Un otoño particularmente lluvioso atrasó la tarea, por lo cual Scasso tuvo que reducir las dimensiones de las tribunas de cabecera y la oficial. De cualquier manera, el profesional estimó su capacidad en 89 mil espectadores (hoy, con las ampliaciones de 1956 y 1978 pero con nuevas normas de seguridad y comodidad, el Estadio puede albergar 66.311). Los altos costos, además, obligaron a eliminar el proyectado revestimiento en mármol y la ornamentación. Empezaban a percibirse en el país los coletazos de la crisis bursátil de 1929.
El costo total del Estadio nunca fue precisado, incluso porque el apuro por inaugurarlo postergó trabajos que siguieron luego del Mundial. Algunas estimaciones hablaron de 800 mil pesos oro, unos 760 mil dólares de la época. La recaudación total de la Copa del Mundo 1930 fue de 255 mil pesos.
El torneo empezó sin el Centenario, reservado para el debut de Uruguay, lo que ocurrió el 18 de julio, a un siglo exacto de la Jura de la primera Constitución. Era una fecha de poderoso contenido simbólico: se lo consideraba el pasaje de la República Oriental a la edad adulta de las naciones. Por eso, hasta resultó natural el propio bautismo del Estadio, resuelto poco antes del certamen por CAFO, el organismo que lo administra desde entonces.
Los celestes vencieron esa tarde a Perú por 1 a 0. El honor del primer gol correspondió a Héctor Castro, un futbolista que en su niñez había perdido la mano derecha, por lo cual para siempre fue “El Manco” Castro. Seguramente nunca se había visto tanta gente junta en Montevideo: si había 89 mil personas, era más del 10 por ciento de la población en esos días. Pero no se supo con exactitud la asistencia, pues los porteros abandonaron sus puestos y se fueron a mirar el partido, de modo que ingresó el que quiso.
Fútbol, boxeo, música
Uruguay ganó el Mundial, por supuesto (en aquellos tiempos era lo lógico). La Copa del Mundo se desarrolló en las siete décadas siguientes hasta volverse un monstruo organizativo y comercial. Y el Estadio Centenario se mantuvo como la casa principal del fútbol uruguayo.
Como tal, fue sede de sus principales partidos. Eso quiere decir triunfos memorables y derrotas frustrantes. Un hincha consecuente puede haber pasado en sus gradas cientos o incluso miles de horas de su vida. Allí se disputaron, además del primer Mundial, cuatro Campeonatos Sudamericanos, seis partidos por la Copa Intercontinental, 18 finales de la Libertadores y la inmensa mayoría de los clásicos y las presentaciones de la selección uruguaya.
Al mismo tiempo, se convirtió efectivamente en el centro del paseo público - complejo deportivo imaginado por los paisajistas franceses. También ofreció sus espacios a la comunidad, con la instalación de una escuela pública y dos seccionales policiales. Y recibió acontecimientos no futbolísticos, como encuentros de básquet, combates de boxeo y la llegada de la Vuelta Ciclista, así como recitales -Joan Manuel Serrat, Eric Clapton, Rod Stewart, el retorno de Los Olimareños y Alfredo Zitarrosa, una muy polémica presentación de Luciano Pavarotti-, una misa del Papa Juan Pablo II, actos políticos y desfiles de Carnaval.
Su presencia es tan poderosa en el conocimiento colectivo que hasta puede perder el apellido: alcanza con preguntar “¿vamos al estadio?”, para que todos sepan de qué se trata. Desde 1983 también tiene un apodo, “Monumento histórico del fútbol”, tras una decisión de la FIFA que no reportó otras consecuencias que la colocación de una placa. Sea por gargantas roncas o por corazones rotos, hay demasiadas memorias en el Estadio Centenario como para resultar indiferente a quien transite por el Parque Batlle hacia cualquier parte.
Imagen de 1929 de la construcción del Estadio Centenario.
http://www.panoramio.com/photo/26080062
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