Esta nota es de 2004, pero la rica historia que se transcribe merece ser contada varias veces.
Ante la disposición del Comité de Seguridad, se termina una larga
historia del fútbol: el tablón. Repasamos los cambios de las canchas de
los equipos grandes: del tablón al cemento.
Por Rafael Saralegui (Buenos Aires, Argentina), socio del CIHF.
El sentido común prevaleció sobre la irresponsabilidad, la necesidad
sobre la nostalgia, el cemento sobre la madera. Se aproxima, inexorable,
la hora del adiós a los tablones de la primera división. Algo que en
1928, cuando Independiente inauguró el primer estadio de cemento en el
país, casi seguramente muy pocos hubiesen imaginado.
Transcurrieron
77 años, pero esta silenciosa retirada que muy criteriosamente se le
impone al último vestigio viviente de las tribunas de madera, no debiera
sepultar en el olvido lo mucho que esas estructuras de hierro y
tablones entregaron al fútbol mayor, encarnado en la legión de
generaciones que las colmaron domingo a domingo para vibrar, saltar,
gozar y sufrir, al conjuro de la actuación de sus equipos favoritos.
Por ese tablonerío, emblema de muchas canchas, reinaba José Pastor,
“Chuenga”, el flaco, ágil y ocurrente vendedor exclusivo de sus
exclusivos masticables, entre otros íconos inolvidables de buena parte
de la época.
El repaso de la historia de aquellos primeros templos
futbolísticos no merece ser juzgado como un canto triunfalista a la
nostalgia y, menos aún, como un susurrante pedido de auxilio a la
melancolía.
La retirada de los escalones de madera del primer plano
escénico fue gradual, anunciado y terminó por diluirse en los nutridos
pelotones de los campeonatos promocionales, en los que también conviven
respetables estructuras de cemento.
El tablón pasa a ser un recuerdo
que debiera generar consideración y no añoranza, porque al fin y al
cabo su retirada responde a la necesidad de preservar la seguridad de
los espectadores.
Y por algo más: hay cemento tribunero porque antes hubo madera tribunera.
Desaparecidos hoy en su mayoría, aquellos recintos tuvieron sus años de
apogeo en la hoy llamada zona metropolitana entre 1920 y fines de la
década del '40, época en la que se constituyeron en testigos de muchas
páginas inolvidables del fútbol argentino.
Fue una tarde, allá en Barracas...
Parafraseando al tango “Tres amigos”, inmortalizado por Aníbal Troilo y
el vocalista Alberto Marino –en realidad el episodio aconteció en horas
nocturnas y no diurnas- corresponde consignar que fue Barracas el lugar
en el que se construyó el primer estadio importante del fútbol
vernáculo, propiedad de Sportivo Barracas, inaugurado en 1920 y
escenario de trascendentes contiendas internacionales.
Estaba habilitado para albergar alrededor de 20.000 espectadores.
Dos años después, River Plate, en terrenos arrendados al Ferrocarril
Pacífico en la avenida Alvear y Tagle, inició las obras de un cómodo y
amplio estadio inaugurado en mayo del año siguiente con un partido
amistoso que lo enfrentó con Peñarol, el mismo club uruguayo que en 1938
sería protagonista del partido inaugural en el soberbio Monumental.
Curiosamente, el club aurinegro también disputó los primeros partidos en
las canchas de Independiente y Racing Club, en 1928 y 1929,
respectivamente.
Las instalaciones de Alvear y Tagle incluían,
además del campo de juego y vestuarios, confitería, sala de primeros
auxilios, secretaría, salón de fiestas y peluquería; en terrenos
aledaños se construyeron canchas de básquetbol, vóley y bochas, un
natatorio, un gimnasio con aparatos y una plaza para juegos.
Entre
1928 y 1932, el estadio fue escenario de 17 de los 29 combates del
“Torito” Justo Suárez, ídolo pugilístico de la época. Entre ellos, se
destacó la ajustada victoria por puntos ante Julio Mocoroa, presenciada
por una multitud.
El 6 de septiembre de 1924, Boca Juniors presentó
en sociedad a su nuevo estadio, erigido en terrenos del Ferrocarril Sud,
en las calles Brandsen y Del Crucero, con una victoria por 2 a 1 frente
a Nacional, de Montevideo. El recinto fue inaugurado con la presencia
del presidente de la República, Marcelo T. De Alvear, y se habilitó con
tres tribunas; la restante se levantó poco después.
El proyecto
contemplaba la construcción de un natatorio, una cancha de tenis, dos de
pelota al cesto, una plaza de juegos infantiles y un anfiteatro para
espectáculos infantiles.
Una semana después de la fiesta inaugural,
el dirigente boquense Vicente Decap refería que las obras habían
insumido 170.000 pesos.
La primera palada de cemento...
Según se
dijo, a Independiente le cupo la primera y visionaria iniciativa de
construir íntegramente un estadio de cemento, con capacidad para 60.000
almas, que allá por 1928 mereció con justicia el calificativo de
grandioso.
Sus empeñosos dirigentes, encabezados por Pedro Canaveri,
no se arredraron y compraron una superficie ocupada por una laguna; se
sucedieron, así, largas jornadas en las que centenares de carros
llevaban tierra para rellenar el enorme pantano. Entretanto, se llamaba a
licitación para levantar la nueva mole, nivelar y sembrar el terreno, y
se designaba al joven ingeniero Federico Garófalo como principal
responsable de las obras.
El partido de estreno, el 4 de marzo de
1928, al que asistió el gobernador bonaerense, Valentín Vergara, entre
Independiente y Peñarol, de Montevideo, concluyó igualado en dos goles.
En el intervalo se desencadenó una fuerte tormenta que se prolongó todo
el segundo tiempo y deslució las acciones.
Bajo las tribunas había un ancho veredón que solía utilizarse para competencias ciclísticas.
Una curiosidad: en diciembre de 1934 combatieron en esa cancha el
gigantesco y rudimentario ex campeón del mundo de todos los pesos Primo
Carnera (121 kilos) y el quilmeño Victorio Cámpolo (118 kilos). Ganó el
visitante por puntos al cabo de 12 soporíferos rounds
Otra
curiosidad: días después, la revista El Gráfico anunciaba: “Primo
Carnera, el Primo impermeable a la sugestión del amor, ha dado un vuelco
sensacional en Buenos Aires. Una simpática criollita, Irene Roncales,
lo acaba de llevar al matrimonio”. No faltaba la fotografía de la pareja
(bastante despareja en materia de altura), de la que nada se sabría
públicamente más tarde.
Todavía tablones
En abril de 1929, el
Racing Club renovaba su fidelidad a los tablones, al inaugurar su
estadio para 50.000 personas en el mismo lugar que había ocupado hasta
entonces y en el que sigue jugando actualmente.
Ese domingo, alrededor de 20.000 aficionados fueron testigos de la victoria del local ante Peñarol por 1 a 0.
Según el vespertino La Razón, “el estadio constituye la obra más
perfecta del ingeniero Bernardo Messsina, a quien pertenecen también los
estadios de los clubes River Plate, Estudiantes de La Plata y Vélez
Sarsfield”. Casi una década después, Messina dirigiría las obras del
Monumental.
Para El Gráfico, las nuevas instalaciones racinguistas
aventajaban a las de River, Boca y San Lorenzo, “en el detalle
importantísimo de las numerosas entradas y salidas que tiene para el
fácil acceso y evacuación del estadio”.
La hora del “Gasómetro”
En 1916, tras deambular por varios escenarios, San Lorenzo de Almagro
anclaba en Avenida La Plata al 1700, con instalaciones que no diferían
mayormente de las habituales en la época. Eran los balbuceos del
“Gasómetro”, pero en 1929, tras haberse adquirido el solar, se amplió
significativamente la capacidad del recinto, que pasó a constituirse
durante no pocos años en el preferido para partidos internacionales y
desde 1936 en el mejor iluminado para cotejos nocturnos.
Esa
circunstancia determinó que el “Gasómetro”, con capacidad para 60.000
personas, haya sido el estadio en el que se disputó el Campeonato
Sudamericano de 1937, cuyos partidos se jugaron por la noche y que se
adjudicó la Argentina.
Cerró sus puertas definitivamente en 1979 y
no sería exagerado afirmar que su supervivencia le ha conferido una
condecoración única: los viejos futboleros dividen sus preferencias
entre muchos clubes, pero todos son hinchas del “Gasómetro”.
No habrá olvido para ella
Hasta aquí, un repaso –ligero e incompleto- de las horas de gloria que
acompañaron durante la primera mitad del último siglo la existencia de
las canchas con tribunas de madera.
Al promediar aquella centuria,
avanzó decididamente el desplazamiento de los viejos escenarios y su
reemplazo por los nuevos, más amplios y funcionales.
He aquí una
nómina de los primeros cambios: Independiente (1928), River Plate
(1938), Boca Juniors (1940), Huracán (1947), Racing (1950), Vélez
Sarsfield (1951), San Lorenzo de Almagro (1979, último partido en el
“Gasómetro”; 1993, inauguración del “Nuevo Gasómetro”).
La noble madera fue víctima del paso de los años. Pero nunca lo será del olvido.
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