Desde Turín a Montevideo, son muchos los
escenarios deportivos que pese a desaparecer dejaron una fuerte marca, entre
histórica y nostálgica.
Por Luis Prats, socio del CIHF.
Como
los hinchas que los habitan, también los estadios nacen, desarrollan su vida
con triunfos, derrotas, ídolos y recuerdos, y algún día desaparecen. Le pasó a
grandes recintos y le puede pasar a los más modestos y barriales, como el
Parque Capurro de Fénix —su ubicación es requerida para un proyecto municipal
en la zona— o el estadio Víctor Della Valle de El Tanque, cuya concesión puede
ser revocada. Se van dejando una estela de nostalgia, que en algunos casos es
tan fuerte que los convierte en símbolos y hasta en fantasmas que no terminan
de abandonar la memoria de los aficionados.
El Gasómetro
Para
San Lorenzo de Almagro, la pérdida de su viejo estadio apodado El
Gasómetro fue el instante más trágico de una era problemática. Acuciado por las
deudas y jaqueado por una presunta normativa municipal que obligaba a abrir
calles en el terreno ocupado por el estadio en el barrio de Boedo, debió
abandonarlo en 1979. Casi enseguida, el equipo descendió: fue el primer club
grande argentino en bajar a la “B”. Para colmo, al final allí no se trazaron
calles, sino que se instaló el supermercado Carrefour. La peripecia fue
relatada con tristeza por el escritor Osvaldo Soriano —fanático de San Lorenzo—
y cantada con sangrienta ironía por las hinchadas rivales.
Se lo
llamó Gasómetro por alguna similitud de su estructura con una planta de gas:
estaba construido con un armazón metálico que sostenía tablones de madera donde
se sentaban o se paraban los hinchas. Un pequeño sector de esas tribunas fue
salvado por José Sanfilippo, ex goleador sanlorencista —también defendió a
Nacional—, que lo instaló luego en su quinta.
Conocido
como “el Wembley porteño”, por muchos años fue un escenario muy utilizado
incluso en partidos internacionales por su ubicación relativamente céntrica.
Además, la proximidad del público con los jugadores le daba un clima muy
especial.
A
fines del siglo XX, el club construyó un nuevo estadio en otra zona de Buenos
Aires y volvió a salir campeón, pero nada hizo olvidar al Gasómetro. Un grupo
de historiadores estudió planos y viejas fotos y armó una maqueta que reproduce
a la perfección cada detalle del estadio y se exhibe en la Casa del Vitalicio
de San Lorenzo. En tanto, un movimiento de hinchas pretende hacer regresar al
club a Boedo y logró que la Legislatura porteña aprobara una “ley de reparación
histórica”, que restituyó al club un sector del predio, aunque sobre la mayor
parte de la vieja cancha ahora haya góndolas y carritos.
Las ruinas de Filadelfia
Los
hinchas del Torino son los más sufridos del fútbol italiano. La menor de sus
desgracias es compartir la ciudad de Turín con el poderoso Juventus. Hubo algo
peor en su historia: en la década de 1940 tenían al que seguramente fue el
mejor equipo italiano de todos los tiempos, que se cansó de conquistar títulos
pero desapareció íntegramente un día de 1949, cuando regresaba de un amistoso
en Lisboa y su avión se estrelló en la colina de Superga, vecina a Turín. Fue
un golpe terrible, del cual el club prácticamente nunca se recuperó.
Aquel
fabuloso equipo jugaba en el Stadio Filadelfia, así llamado por la calle donde
se ubicaba. Por años el club siguió actuando allí, aunque después prefirió los
más estadios Comunale o Delle Alpi. Las tribunas del Filadelfia comenzaron a
sentir el paso del tiempo y nunca hubo dinero suficiente para mantenerlas o
restaurarlas. Hace poco, con la intención de reconstruir el recinto, empezaron
a tirarlo abajo, pero los proyectos naufragaron entre la burocracia y los altos
costos. Y tampoco se completó la demolición, por lo cual los restos de las
tribunas salpican el paisaje como si se tratara de vestigios de una antigua
civilización.
El
campo de juego sobrevive, y allí se han realizado partidos benéficos, a la
espera de la soñada reconstrucción. En Youtube puede observarse un video
filmado por un tifoso del Torino en el Filadelfia del presente. La cámara
recorre las ruinas y cada tanto funde en esas imágenes viejas tomas en blanco y
negro de la hinchada festejando o los futbolistas fallecidos en Superga
asomando por ese mismo túnel hoy cubierto de yuyos y escombros. El corto
seguramente estruja el corazón de una hinchada que todavía llora a sus ídolos.
Peñarol en Pocitos
En
este caso, la nostalgia es moderna. Cuando Peñarol abandonó su estadio de
Pocitos, a comienzos de los ’30, nadie derramó una lágrima por el pequeño
escenario de madera, pues a escasa distancia se asomaba, flamante y majestuoso,
el Estadio Centenario.
Peñarol
había llegado hasta allí en 1921, cuando la empresa de tranvías La Comercial le
ofreció un amplio descampado a los fondos de su estación, en la calle Gabriel
Pereira. Y fue el reducto de los aurinegros durante una década difícil, en la
cual el club tuvo que abandonar la Asociación Uruguaya de Fútbol y formar su
propia liga. Sin embargo, por allí pasaron rivales de renombre, como Barcelona
de España y Chelsea de Inglaterra, y se jugaron partidos por el Mundial de
1930.
El
estadio desapareció y sobre el predio se abrieron calles y se construyeron
edificios. Pero en tiempos recientes se revalorizó su historia, sobre todo
cuando se destacó que en aquella cancha el francés Lucient Laurent había
convertido el primer gol de todos los mundiales. Hace un par de años, el
arquitecto Enrique Benech dirigió una investigación para determinar en qué arco
del partido Francia-México se había marcado aquel gol, hasta concluir que había
sido en el arco norte. De paso, se estableció la ubicación exacta de cada
instalación del estadio.
Además,
se organizó un concurso de esculturas que ganó el arquitecto Eduardo Di Mauro
para colocarlas en el sitio exacto del gol y de la mitad de la cancha, en las
inmediaciones de las calles Coronel Alegre y Charrúa. Algunos testigos
sobrevivientes del primer partido de la Copa del Mundo fueron invitados a la
ceremonia inaugural. Los ecos del festejo de aquel gol ya no se escuchan, los
futbolistas franceses y mexicanos se marcharon para siempre, pero en esas
memorias privilegiadas las imágenes perduran, como fantasmas que siguen dando
vueltas al banderín del corner.
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