La pena máxima en el fútbol tiene una larga historia y presenta varias facetas, inspiradoras incluso de obras literarias y cinematográficas.
Por Edgardo Imas (Buenos Aires, Argentina), socio del CIHF.
Desde que en 1891 la International Board introdujo el tiro libre penal, además de fijar la demarcación del área mediante una línea paralela a la del gol, a 11 metros de distancia, mucho se ha visto, escuchado y discutido en relación con esa instancia del juego. La incorporación la pena máxima fue concebida con la intención de disminuir sensiblemente la violencia en el juego: se pensaba, con razón, que ese tipo de sanción inhibiría los impulsos de los defensores de barrer a todo rival que merodeara en su propia área, especialmente cerca del arco.
Más tarde, en 1902, se delimitaron las áreas tal como actualmente las conocemos –salvo la medialuna, fijada a partir de 1936– y se resolvió que la ejecución se haría desde un punto fijo y con el guardavallas parado en la línea. Así se terminó de conformar el marco para la ceremonia del penal, de la cual son protagonistas fundamentales el juez, el shoteador y el arquero. La violencia in crescendo que depararon la masificación del fútbol, primero, y luego el advenimiento del profesionalismo también incorporó, como se verá, a otro actor principalísimo: el espectador.
La sanción máxima ha sido objeto de estudio por parte de historiadores y estadígrafos, ya que ofrece varios perfiles para su tratamiento y reseña, además de un rico anecdotario. En las últimas décadas, incluso cobró mayor importancia en virtud de la adopción generalizada del penal para definir partidos empatados en instancias eliminatorias de todo tipo de torneos.
También ese particular momento ha inspirado a escritores y directores de cine. En 1971, el director alemán Wim Wenders (Las alas del deseo; París, Texas) llevó al cine la novela del austríaco Peter Handke, El temor del arquero ante el tiro penal, en la cual un ex jugador vienés, sus angustias y un crimen son el vehículo para referirse a la existencia humana y la sociedad contemporánea deshumanizadora.
Por su parte, el ya fallecido escritor y periodista Osvaldo Soriano lo reflejó en el cuento El penal más largo del mundo (publicado en Memorias de Mister Peregrino Fernández y otros relatos, Editorial Norma), en el cual recuerda un partido disputado en 1958 entre dos equipos liguistas de la zona del valle de Río Negro y suspendido cuando se debía patear un penal (“el más fantástico del que yo tenga noticia”) por una gresca generalizada. El entrañable Gordo, un futbolero apasionado y enamorado de esas historias de pago chico, conocía bien el paño, pues había vivido algún tiempo en Cipolletti. Soriano manifestó cierta vez su asombro porque, a pesar de que el partido fue una ficción, en ocasión de un viaje que realizó a esa zona muchas años después, una señora insistía en que su marido había participado del encuentro imaginado por él.
El 5 de abril de 2003 la ficción y la realidad mostraron sus a veces borrosos e imbricados límites: en Ensenada, Defensores de Cambaceres y Atlanta empataban 0 a 0, cuando a seis minutos del final, el árbitro Alejandro Toia cobró un penal favorable a los de Villa Crespo, que no pudo ser ejecutado porque un puñado de simpatizantes locales se subió al alambrado, motivando la suspensión del partido.
Un repaso por situaciones similares a lo largo de la historia permite comprobar que no sólo todas se resolvieron de manera diferente sino también que se hace difícil encontrar un hilo conductor en el juzgamiento de este tipo de hechos que deparan el fútbol y su contorno.
Un antecedente
Un caso anterior de suspensión de un partido cuando se estaba por ejecutar un penal se dio el domingo 21 de abril de 2002, por el Torneo Clausura 2002, de Primera División, en Avellaneda. Jugaban por la 15ª fecha Racing y Boca, con intenciones ambos de dar alcance al puntero River, que por entonces les llevaba seis puntos. Ganaba Racing 2 a 1, cuando el árbitro Héctor Baldassi, que ya había expulsado a Rolando Oscar Schiavi y a Cristian Alberto Traverso, del conjunto de la Ribera, sancionó a un minuto del final del partido un penal que le cometieron a Leonardo Torres. Cuando Gerardo Bedoya se aprestaba a ejecutar el penal frente al arquero xeneize, Roberto Carlos Abbondanzieri, desde la tribuna visitante se desató una lluvia de piedras y trozos de mampostería, que obligaron a la suspensión.
El Tribunal de Disciplina se “tomó su tiempo” para resolver el asunto y el fallo, precisamente, salió luego de que ya River se consagrara campeón. Así, el 16 de mayo resolvió dar por finalizado el encuentro con el resultado 2 a 0 para Racing y multar a la institución boquense cuyos simpatizantes promovieron los desórdenes.
Un caso similar en el Ascenso
Un partido con circunstancias parecidas al citado de Cambaceres-Atlanta tuvo lugar por el Campeonato de Primera B de 1982, en pleno desarrollo de la guerra de Malvinas.
El sábado 22 de mayo de ese año jugaban en cancha de Huracán, por la 15ª fecha, el último, Deportivo Morón, y el primero, San Lorenzo de Almagro, de la Zona “B”. Iban 1 a 1, con goles de Rubén Alejandro Rojas, para los del Oeste, y Jorge Roberto Rinaldi, para los de Boedo.
Los simpatizantes de quien finalmente fue el campeón de la temporada aparentemente no tenían motivos para quejarse del juez del partido, Aníbal Hay, ya que éste había expulsado a dos jugadores del que hacía las veces de local, Morón: Roberto Víctor Marucci y José Vicente Stagliano.
Sin embargo, a los 43 minutos del segundo tiempo, el defensor sanlorencista Hugo Daniel Verdecchia le cometió foul a Rojas en el área y Hay cobró penal. Desde la popular azulgrana volaron piedras, cajones, monedas y se intentó derribar el alambrado. Tras 17 minutos de espera, el árbitro suspendió el partido, sin que Eduardo René Astudillo hubiera podido ejecutar el penal frente al arquero visitante, Oscar Rogelio Quiroga.
Dos semanas después, el 3 de junio, el tribunal afista emitió su fallo: se dio por finalizado el partido con el triunfo de Morón 1 a 0, además de las multas de rigor a San Lorenzo y la pérdida de la localía, algo insólito pues desde 1979 que no tenía estadio propio. El penal nunca fue tirado.
El zapato que tronchó el penal
Otro antecedente, también en Primera B, es el partido que se disputó en Sarandí, el 16-10-1976, Arsenal-Los Andes, con el arbitraje de Alberto Bísero. El equipo de Lomas de Zamora, que seguía de cerca al puntero Villa Dálmine, se puso rápidamente en ventaja por 2 a 0. Luego, Arsenal lo dio vuelta, y estaban 3 a 2 cuando el juez sancionó un penal de Néstor Bernárdez contra Juan Carlos Molina, de Los Andes. Protestas generalizadas de los jugadores locales y el juez expulsó al arquero Luque. Cuando parecía que iba a poder ejecutarse el penal, volaron proyectiles y, desde la platea local, fue arrojado un zapato que impactó en el abdomen del por aquel entonces juez de línea, Aníbal Hay. (Curiosamente en varias oportunidades Hay fue protagonista de estas historias de penales y partidos truncos, ya que también dirigió el 24-6-1996, por la 14ª fecha del Clausura 1995/96, Newell’s 2-Rosario Central 0, suspendido a los 19 minutos del segundo tiempo por incidentes, cuando cobró un penal a favor de los del Parque Independencia, que ese día hacían de locales en Arroyito.)
Consumada la agresión, se fueron todos a los vestuarios, y tras largos cabildeos y la imposibilidad manifestada por Hay de continuar por un dolor en la mano y náuseas, Bísero suspendió el partido. Mientras, los directivos de Arsenal, acompañados por un escribano, solicitaban en la comisaría local que un perito determinara la gravedad de la lesión.
Posteriormente, el Tribunal de Disciplina dispuso continuar el partido a puertas cerradas en el estadio de El Porvenir, además de tres fechas de clausura al estadio de Arsenal y diez de suspensión para el guardavallas Luque.
El miércoles 3-11-1976 se reanudó en Gerli el encuentro con la ejecución del penal que Enrique Lanza le convirtió al arquero suplente Noguera. Luego, Horacio Luis Agostinelli puso el 4 a 3 favorable a Los Andes.
En Santiago del Estero esperaron 26 días
El imaginario popular identifica la provincia de Santiago del Estero como un lugar tranquilo, donde las cosas se toman con calma y parsimonia y la siesta es casi un deber cotidiano. No obstante, en 1993, quienes así piensan fueron contundentemente refutados por el “Santiagueñazo”, levantamiento popular que se llevó puestos a muchos políticos y funcionarios de esa provincia. Y también por varios escándalos acaecidos en los partidos del fútbol local en los últimos años.
El sábado 3 de mayo de 1997, por la segunda fecha del Torneo Apertura “Marcelo Camacho”, organizado por la Liga Santiagueña de Fútbol, jugaron Güemes y Estudiantes. Un partido tradicional de esa capital provincial, con cientos de enfrentamientos en la historia, aunque el clásico provincial más importante es Central Córdoba-Mitre.
Curiosamente, esa tarde se hizo presente en el estadio un conocido delantero que estaba de paso por la ciudad, Martín Palermo, quien dos años más tarde sería protagonista de un verdadero hito en esta saga de historias de penales, al malograr tres penales en un partido de la Copa América 1999: Colombia 3-Argentina 0, disputado en la ciudad paraguaya de Luque.
Como todo partido liguista con tradición, Güemes y Estudiantes disputaron un encuentro vibrante, con vuelcos en el marcador, y caliente; tanto es así que el juez, Víctor Zerda, había expulsado a dos jugadores por equipo. Cuando ya se cumplían los dos minutos del descuento marcado por el referee, con el resultado favorable a Estudiantes por 3 a 2, el arquero local, Martín Campos lo derribó José María Jerez. Sin hesitar Zerda cobró el penal y se vio obligado a expulsar al guardavallas por la acción del último recurso. Se tiraba desde los doce pasos, pues, y terminaba. De la tribuna donde estaban los parciales del equipo “gaucho” volaron proyectiles, y el árbitro consideró que no había suficiente seguridad y suspendió el partido.
Veintiséis días después, el jueves 29 de mayo, en cancha de Unión Santiago, se cumplió la resolución del Tribunal de Disciplina de la Liga Santiagueña: dado que el reglamento del torneo preveía que, ante igualdad de tres o más equipos en el primer puesto del certamen, se definía la posición por diferencia de gol, se había decidido que se continuara a puertas cerradas, es decir, que se ejecutara el penal y finalizara el partido.
Algunas cosas habían cambiado en tanto tiempo: Hugo Teves –ex jugador de Instituto (Córdoba) y de Atlanta– ya no era el DT estudiantil; otras seguían igual, por ejemplo, los incidentes: el domingo anterior había sido suspendido por graves desórdenes el clásico Central Córdoba-Mitre.
Al campo de juego de Unión Santiago ingresaron pues 9 jugadores de Estudiantes y 8 de Güemes, que se cambiaron para sólo asistir a la ejecución de un penal. Entre ellos, el delantero “gaucho”, Víctor Martínez, que firmó la planilla y fue sustituido por el arquero suplente Ricardo Barraza, pues el titular había visto la tarjeta roja.
Finalmente, ante jugadores, la terna arbitral, periodistas y algunos curiosos, José María Jerez pateó el demorado penal y la pelota se fue desviada, a un metro del poste derecho. Malograda la posibilidad de un cuarto gol, el partido quedó entonces con un 3 a 2 para Estudiantes.
Penales cordobeses tras cinco meses y medio
Probablemente los penales que más demoraron en ejecutarse fueron aquellos que definieron el campeón del torneo de Córdoba en 1980 y la clasificación de la primera plaza provincial para el Nacional 1981. Se esperó durante cinco meses y doce días para la ejecución de cuatro tiros libres desde los doce pasos.
En efecto, el 31-8-1980, jugaron Instituto y Racing, en cancha de Talleres. Terminaron 1-1 (goles de Ángel Feliú, para Racing, y el zaguero Miguel Armando Olmedo, para la “Gloria”) y hubo un alargue de 30 minutos, sin que se registraran variaciones en el marcador. Fueron entonces a la primera serie de cinco penales y convirtieron todos ambos equipos.
Correspondía, según el reglamento de la Liga Cordobesa, una nueva serie de tres penales, que se deberían ejecutar hasta el final. Pero, insólitamente, el juez Raúl Salibi, luego de que tiraran uno cada uno (Luis Eduardo Oropel, de Instituto, desvió el suyo), en un grueso error dio por terminado el encuentro con el triunfo de Racing, ante el festejo de jugadores y público académico. En el vestuario, momentos después, el árbitro cordobés reconoció su error, pero ya era demasiado tarde para lágrimas.
Posteriormente, la participación de Racing en el Torneo Nacional 1980, del cual se clasificó subcampeón, obligó a que la ejecución de los cuatro penales restantes de la serie se completara recién el jueves 12 de febrero de 1981 en la misma cancha de barrio Jardín, ¡con el mismo juez! y a puertas cerradas.
Asimismo se había decidido que quienes patearan debían ser jugadores fichados a la fecha de disputa del partido original en los registros de la Liga Cordobesa, ya que ambos equipos habían luego incorporado nuevos jugadores para afrontar el Torneo Nacional.
Racing convirtió sus respectivos dos penales ante el arquero albirrojo, Carlos Alberto Munutti; en cambio, Instituto desvió uno y el otro se lo atajó Raúl Malavolta a Miguel Enrique Rodríguez. Así el club de Nueva Italia ganó esta segunda serie de penales 3 a 0, se consagró campeón cordobés 1980 y se clasificó para el Nacional 1981, ante un puñado de curiosos que se habían podido colar y ante numerosos simpatizantes racinguistas apostados en los techos de casas colindantes al estadio.
Imagen del diario El Litoral con Aníbal Hay, protagonistas de varios casos relatado en este artículo.