lunes, 16 de abril de 2018

Un juego de maestros

Por Ignacio Titimoli, socio del CIHF.


La privacidad pasó a ser un objeto de lujo de quienes ejercen el poder, aunque, en algunas ocasiones, esta verdad puede llegar a tener sus excepciones incluso en estos estratos. Hoy todo —o casi todo— se sabe, nada se oculta. Los bancos saben cuánto ganamos y qué consumimos. Y hasta Internet sabe qué promociones mostrarnos cuando navegamos por otros sitios. Pinche aquí —nos dicen de forma entrometida en blogs de noticias— que el vuelo a Londres que estuvo buscando ayer lo encontrará a un mejor precio. Porque esto, también, es parte del sistema.

El fútbol, se sabe, no es ni fue ajeno a este auge globalizador. Con el advenimiento del profesionalismo en la década del ’30, pasó a ser un tema de interés público el asunto referido a los contratos de los jugadores, su fama y su necesidad de imitación. Primeramente en la clandestinidad, los clubes pagaban a sus jugadores sumas de dinero que equivalían a un "no se vaya, aquí tiene algo de lo mucho que usted le da a esta divisa". Con la oficialización del oficio, lo que era un secreto a voces cobró personería: el jugador de fútbol pasó a ser un asalariado y quien añitos atrás nomás jugaba por el placer de jugar, pasó a hacerlo entonces “por el deber de trabajar” con “la obligación de ganar o ganar”. Así lo dijo, sabiamente, el gran maestro Eduardo Galeano.

En el año 1933, se produjo el pase de Manuel “Nolo” Ferreira, otro reconocido maestro, a River Plate. Dos años después, con Ferreira ya salido del club rojiblanco, un diario español publicaba en sus líneas “Ferreira ganaba 26 pesos por minuto de juego”. La llegada de Ferreira a River se dio en un clima de profunda inestabilidad deportiva. Sus consagrantes actuaciones en el club Estudiantes de La Plata habían sido su salvoconducto máximo que le permitió llegar a las filas millonarias para abastecer, nada más y nada menos, que a Bernabé “La Fiera” Ferreyra. Pero mientras algunos calificaron su paso como positivo, otros lo catalogaron como un fracaso.

El juego que hace el diario español en cotizar a Ferreira —de una manera, por lo menos, llamativa— surge del análisis de la transacción que permitió la llegada de Nolo a River. En ese sentido, el autor supone el valor de De la Villa y de Dañil (prestados a Estudiantes) en 3.000 y 25.000 pesos, respectivamente y considera la suma certera pagada por el pase de Ferreira (12.000 pesos) y Chalú (24.000 pesos), consecuente reemplazante del transferido Dañil. La suma completa da 64.000 pesos que, divididos los 27 encuentros jugados por Nolo, dan 2370,37 pesos. O sea, 26 pesos y monedas por minuto de partido jugado.

Más allá de tratarse de una aplicación certera de la matemática conveniente, este cálculo refleja toda la lógica moderna de la no privacidad: cuánto nos costaste para qué. Toda una manera de expresar el poder que no nació con este suceso, claro, sino que lo hizo —al menos considerando sumas significativas— en 1931 con Carlos Peucelle. En su libro Fútbol Todotiempo, Peucelle comenta que su pase a River desde Sportivo Buenos Aires valió 10.000 pesos. Más interesante aún, de todos modos, resulta el comentario que Peucelle realiza al respecto de lo cobrado por los jugadores mes por mes.

"Mi primer contrato, del año 1931, establece un saldo de 350 pesos, o sea, 116 dólares mensuales, más 5.000 pesos anuales que repartidos en 12 meses, equivalen a 416 pesos más por mes y con esto sumamos 766 pesos mensuales. Se podía redondear la cifra más alta que podía percibir un jugador de esa época en 800 pesos, que ciertamente eran mucho dinero y permitían vivir muy cómodo (266 dólares). En estos momentos (1975) yo creo que son muchos los jugadores que cobran el equivalente a 266 dólares”. Peucelle hacía referencia al efecto ensanchador y democratizador del fútbol: mientras en otros momentos solo los jugadores de River o Boca podían vivir del fútbol, en 1975 se abrió el juego. Y este efecto —comenta— fue en detrimento de la calidad.

Peucelle nos afirma en la importancia de la reestructuración en las divisiones inferiores. De una economía administrativa y un manejo eficiente de los recursos. Y de la necesidad de no postergar la educación de los jóvenes a partir del "premeditado ordenamiento de las cosas” que colocan al fútbol en primera instancia. "La presión que hace la amenaza de verse excluido, la obligación de entrenarse para poder jugar, hacen mucho más para que deje la escuela, que no para que sea un buen estudiante".

"En los otros oficios humanos —continúa Galeano— el ocaso llega con la vejez, pero el jugador de fútbol puede ser viejo a los treinta años”. Por eso la importancia de no abusar del fútbol. Como Nolo Ferreira, que además de jugador de fútbol, fue escribano público. Y que supo tener una columna semanal en el diario La Nación, mientras era jugador. Y que, años más tarde, supo también comentar fútbol y cubrir un Mundial junto a Fioravanti. El tercer maestro; el que cierra esta nota.
  


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