lunes, 17 de abril de 2017

Club Defensores de Napaleofú

El Club Defensores de Napaleofú tiene una historia muy particular que no muchos conocen. Protagonista de las bucólicas tardes de fútbol campero, con el estadio en un partido y los vestuarios en otro, esta institución de la zona de Tandil posee una larga historia en la Liga Agraria. En esta hermosa nota, el autor nos cuenta la singular historia de “Defe”, el club de los tres partidos.

Por Rafael Saralegui, socio del CIHF. Nota publicada el 27 de febrero de 2006.


“Los feriados para el hombre de campo… significan visitas a los familiares en otros parajes, fútbol agrario, domas, bautismos o cumpleaños…”, se lee en un texto de la licenciada Helena Berestain, directora de Turismo de Tandil, referido a las perspectivas del turismo rural en esa zona.

La sola mención del fútbol agrario en un escrito ajeno al deporte, entre las costumbres y los entretenimientos preferidos en las jornadas de descanso laboral en los alrededores de aquella ciudad, constituye una referencia valiosa pero no alcanza a transmitir en plenitud el arraigo y la significación que su práctica goza en el ámbito comarcal.

Los pueblos del interior del distrito y las estaciones ferroviarias fueron en los albores del siglo XX centros de concentración de la producción agropecuaria y constituyeron la base de un peculiar desarrollo futbolístico, con perfiles propios, cuya actividad no pudo encauzarse debidamente hasta 1970, cuando se consolidó en forma definitiva la Liga Agraria de Fútbol Zona La Boca como organismo rector del fútbol rural.

Desde entonces, sus campeonatos se realizan regularmente, semana a semana, en cinco divisiones: primera, segunda, tercera, cuarta y veteranos.

Recuerda don Tomás Malinarich, ex futbolista y respetado ex funcionario de las ligas Agraria y Tandilense, que inicialmente los reglamentos establecían que los futbolistas debían residir y trabajar en el campo, en el lugar del club en el que militaban; con los años y ante la imposibilidad de las entidades de seguir observando la disposición por la creciente movilidad poblacional, se resolvió que los equipos podían integrarse con jugadores residentes en otras partes pero emparentados con ex futbolistas de sus conjuntos.

El sentido de pertenencia que presidió la reglamentación inicial autoriza a comparar este fútbol con el de las categorías promocionales de la AFA, la mayoría de cuyos protagonistas representa a ciudades y barriadas. En este caso, el papel de la AFA lo cumpliría la Liga Tandilense de Fútbol.

Pero el gran colorido del fútbol agrario está dado por la verdadera fiesta de la familia que se vive cada domingo.

Los clubes representan a pueblos de escasa población y a parajes con menos habitantes aún. La proximidad entre ellos determina el carácter de clásico del lugar.
El domingo del fútbol agrario comienza con el partido entre veteranos y hacia el mediodía llegan los simpatizantes del club visitante, en su mayor parte familias enteras, que comparten un asado con sus colegas locales.

Después del partido principal -en su transcurso, el mate y los bizcochitos acentúan el carácter vernáculo de la reunión-, futbolistas, árbitros y espectadores arremeten contra los bocaditos de la llamada tertulia, que no son otra cosa que remanentes fríos del asado inicial.

El momento es propicio para que en las charlas se mezclen referencias al partido recién finalizado y a las perspectivas meteorológicas, la evolución de los sembrados y el comportamiento de los mercados, especialmente el de Liniers.

Entrada la noche, los más remisos la alargan con los últimos tragos de la jornada. Por fin, llega la apacible y silenciosa quietud de la serranía lugareña, que sólo será interrumpida horas después por el primer canto del gallo.

Antes de comenzar el campeonato superior, los clubes deben haber colocado en sus zonas de influencia los números de una rifa llamada Agrogol, con sorteos semanales y premios en efectivo.
Ese dinero se destina al pago de los árbitros y a solventar otros gastos organizativos, y se suma al obtenido por las recaudaciones, sensiblemente menor porque las entradas cuestan muy poco.
Los campos de juego carecen de tribunas, algunos lucen bien cuidados, y las instalaciones para jueces y futbolistas no desentonan con la modestia de los recintos. Alguno, como el de Defensores de El Solcito, está situado en la inmensidad bucólica del paisaje, horizonte verde en los cuatro costados, acompañado sólo por un edificio que alberga la sede y un almacén de campaña llamado El Solcito.

Las concurrencias suelen ser numerosas y no son pocas las veces que superan las mil almas. Ómnibus fuera de servicio, camionetas, autos y ciclomotores son los medios de transporte que dominicalmente trasladan los contingentes humanos de un pueblo a otro. 
En la actualidad, participan en el campeonato de Primera División Jorge Newbery (Fulton), Las Toscas, El Hornero, Defensores de La Patria, Defensores de La Pastora, Deportivo La Numancia, Independiente (Egaña, partido de Rauch), Azucena Juniors, Defensores de De la Canal, Defensores de Napaleofú, Ferroviarios de Gardey, Boca Juniors de la Base Aérea, Colonia Mariano Moreno, Defensores de El Solcito y Amigos Unidos (Iraola).

“No soy de aquí, ni soy de allá…”

El Club Defensores de Napaleofú, localidad situada a unos 50 kilómetros de Tandil con algo más de un millar de habitantes, es protagonista de un caso singular.

Fundada en 1930, la entidad inauguró su cancha diez meses más tarde y durante muchos años participó del fútbol agrario. A fines de 1968 se afilió a la Liga Tandilense y al año siguiente se proclamó campeón de su torneo superior; el equipo había contado con el valioso respaldo económico de un empresario de Tandil y se reforzó con jugadores de esa ciudad y de Mar del Plata.

Su eclosión en el fútbol mayor tandilense rompió transitoriamente con la hegemonía del inolvidable Ramón Santamarina y provocó enorme revuelo. Precisamente, para quedarse con el preciado cetro debió jugar tres partidos de desempate con el club aurinegro, disputados en el terreno neutral de Ferrocarril Sud, en Tandil. 

Refiere el historiador del fútbol tandilense Carlos Octavio Alfaro, autor de la obra Del potrero al pizarrón, 100 años de fútbol en Tandil, que en el primer juego se impuso Defensores por 1 a 0, con el arbitraje de Arturo Ithurralde; en el segundo, arbitrado por Roberto Barreiro, Santamarina ganó 2 a 1, y en el cotejo decisivo los albicelestes vencieron por el mismo resultado. Controló las acciones Luis Pestarino. El encuentro final congregó a casi 10.000 espectadores.

Después, sobrevinieron escollos económicos insalvables –antes, en el campeonato de 1971 Defensores de Napaleofú no había tenido ningún jugador suspendido, un caso sin precedente- hasta que en 1982 se desafilió de la Liga Tandilense y volvió al seno de la Liga Agraria, donde actualmente milita.

Pero la mayor singularidad la explica el periodista Alfaro: “El trazado del área territorial que abarca el pueblo de Napaleofú se inserta en tres partidos; Balcarce, donde está instalada la Delegación Municipal, Lobería y Tandil. Este enredo jurisdiccional también afecta al club, dado que la sede y los vestuarios están dentro del partido de Balcarce y la cancha en Lobería”.

Una visita al lugar permite explicar semejante embrollo de esta manera: una calle entoscada llamada Devupulen –expresión mapuche que significa “estar de paso”- separa la cancha de los vestuarios. El campo de juego no difiere del resto de los escenarios de la Liga. Detrás de un arco está emplazada la Escuela Nº 26 "John F. Kennedy" y del otro, el chalet de la familia González, precisa la joven Lorena Sabelli, al frente de un polirrubro ubicado cerca de los vestuarios, del otro lado de la calle. Esas precarias y reducidas instalaciones están unos metros detrás de la hipotética línea de edificación, en un terreno enmalezado que recibirá la guadaña antes del comienzo del próximo campeonato. Ya alistados para ingresar en el field, los jugadores cruzan la calle y acceden al campo por un portón en cuya parte superior les da la bienvenida el escudo del club.

Los días de partido, a ambos extremos de la calle Devupulen se instalan sendas mesitas que ofician de boleterías. Los lugareños aseguran que nadie se salva de pagar.

Lejos de las multitudes y del cemento, cerca de la gente y de la naturaleza. En fin, el encanto del fútbol bien chacarero.

Página con referencias a la historia contada por nuestro siempre recordadado don Rafael:

No hay comentarios:

Publicar un comentario