viernes, 17 de febrero de 2017

Tablones

Esta nota es de 2004, pero la rica historia que se transcribe merece ser contada varias veces.
Ante la disposición del Comité de Seguridad, se termina una larga historia del fútbol: el tablón. Repasamos los cambios de las canchas de los equipos grandes: del tablón al cemento.
 

Por Rafael Saralegui (Buenos Aires, Argentina), socio del CIHF.

El sentido común prevaleció sobre la irresponsabilidad, la necesidad sobre la nostalgia, el cemento sobre la madera. Se aproxima, inexorable, la hora del adiós a los tablones de la primera división. Algo que en 1928, cuando Independiente inauguró el primer estadio de cemento en el país, casi seguramente muy pocos hubiesen imaginado.

Transcurrieron 77 años, pero esta silenciosa retirada que muy criteriosamente se le impone al último vestigio viviente de las tribunas de madera, no debiera sepultar en el olvido lo mucho que esas estructuras de hierro y tablones entregaron al fútbol mayor, encarnado en la legión de generaciones que las colmaron domingo a domingo para vibrar, saltar, gozar y sufrir, al conjuro de la actuación de sus equipos favoritos.

Por ese tablonerío, emblema de muchas canchas, reinaba José Pastor, “Chuenga”, el flaco, ágil y ocurrente vendedor exclusivo de sus exclusivos masticables, entre otros íconos inolvidables de buena parte de la época.

El repaso de la historia de aquellos primeros templos futbolísticos no merece ser juzgado como un canto triunfalista a la nostalgia y, menos aún, como un susurrante pedido de auxilio a la melancolía.
La retirada de los escalones de madera del primer plano escénico fue gradual, anunciado y terminó por diluirse en los nutridos pelotones de los campeonatos promocionales, en los que también conviven respetables estructuras de cemento.

El tablón pasa a ser un recuerdo que debiera generar consideración y no añoranza, porque al fin y al cabo su retirada responde a la necesidad de preservar la seguridad de los espectadores.
Y por algo más: hay cemento tribunero porque antes hubo madera tribunera.
Desaparecidos hoy en su mayoría, aquellos recintos tuvieron sus años de apogeo en la hoy llamada zona metropolitana entre 1920 y fines de la década del '40, época en la que se constituyeron en testigos de muchas páginas inolvidables del fútbol argentino.


Fue una tarde, allá en Barracas...

Parafraseando al tango “Tres amigos”, inmortalizado por Aníbal Troilo y el vocalista Alberto Marino –en realidad el episodio aconteció en horas nocturnas y no diurnas- corresponde consignar que fue Barracas el lugar en el que se construyó el primer estadio importante del fútbol vernáculo, propiedad de Sportivo Barracas, inaugurado en 1920 y escenario de trascendentes contiendas internacionales.
Estaba habilitado para albergar alrededor de 20.000 espectadores.

Dos años después, River Plate, en terrenos arrendados al Ferrocarril Pacífico en la avenida Alvear y Tagle, inició las obras de un cómodo y amplio estadio inaugurado en mayo del año siguiente con un partido amistoso que lo enfrentó con Peñarol, el mismo club uruguayo que en 1938 sería protagonista del partido inaugural en el soberbio Monumental. Curiosamente, el club aurinegro también disputó los primeros partidos en las canchas de Independiente y Racing Club, en 1928 y 1929, respectivamente.

Las instalaciones de Alvear y Tagle incluían, además del campo de juego y vestuarios, confitería, sala de primeros auxilios, secretaría, salón de fiestas y peluquería; en terrenos aledaños se construyeron canchas de básquetbol, vóley y bochas, un natatorio, un gimnasio con aparatos y una plaza para juegos.

Entre 1928 y 1932, el estadio fue escenario de 17 de los 29 combates del “Torito” Justo Suárez, ídolo pugilístico de la época. Entre ellos, se destacó la ajustada victoria por puntos ante Julio Mocoroa, presenciada por una multitud.

El 6 de septiembre de 1924, Boca Juniors presentó en sociedad a su nuevo estadio, erigido en terrenos del Ferrocarril Sud, en las calles Brandsen y Del Crucero, con una victoria por 2 a 1 frente a Nacional, de Montevideo. El recinto fue inaugurado con la presencia del presidente de la República, Marcelo T. De Alvear, y se habilitó con tres tribunas; la restante se levantó poco después.

El proyecto contemplaba la construcción de un natatorio, una cancha de tenis, dos de pelota al cesto, una plaza de juegos infantiles y un anfiteatro para espectáculos infantiles.
Una semana después de la fiesta inaugural, el dirigente boquense Vicente Decap refería que las obras habían insumido 170.000 pesos.

La primera palada de cemento...

Según se dijo, a Independiente le cupo la primera y visionaria iniciativa de construir íntegramente un estadio de cemento, con capacidad para 60.000 almas, que allá por 1928 mereció con justicia el calificativo de grandioso.

Sus empeñosos dirigentes, encabezados por Pedro Canaveri, no se arredraron y compraron una superficie ocupada por una laguna; se sucedieron, así, largas jornadas en las que centenares de carros llevaban tierra para rellenar el enorme pantano. Entretanto, se llamaba a licitación para levantar la nueva mole, nivelar y sembrar el terreno, y se designaba al joven ingeniero Federico Garófalo como principal responsable de las obras.

El partido de estreno, el 4 de marzo de 1928, al que asistió el gobernador bonaerense, Valentín Vergara, entre Independiente y Peñarol, de Montevideo, concluyó igualado en dos goles. En el intervalo se desencadenó una fuerte tormenta que se prolongó todo el segundo tiempo y deslució las acciones.

Bajo las tribunas había un ancho veredón que solía utilizarse para competencias ciclísticas.

Una curiosidad: en diciembre de 1934 combatieron en esa cancha el gigantesco y rudimentario ex campeón del mundo de todos los pesos Primo Carnera (121 kilos) y el quilmeño Victorio Cámpolo (118 kilos). Ganó el visitante por puntos al cabo de 12 soporíferos rounds

Otra curiosidad: días después, la revista El Gráfico anunciaba: “Primo Carnera, el Primo impermeable a la sugestión del amor, ha dado un vuelco sensacional en Buenos Aires. Una simpática criollita, Irene Roncales, lo acaba de llevar al matrimonio”. No faltaba la fotografía de la pareja (bastante despareja en materia de altura), de la que nada se sabría públicamente más tarde.

Todavía tablones

En abril de 1929, el Racing Club renovaba su fidelidad a los tablones, al inaugurar su estadio para 50.000 personas en el mismo lugar que había ocupado hasta entonces y en el que sigue jugando actualmente.

Ese domingo, alrededor de 20.000 aficionados fueron testigos de la victoria del local ante Peñarol por 1 a 0.

Según el vespertino La Razón, “el estadio constituye la obra más perfecta del ingeniero Bernardo Messsina, a quien pertenecen también los estadios de los clubes River Plate, Estudiantes de La Plata y Vélez Sarsfield”. Casi una década después, Messina dirigiría las obras del Monumental.
Para El Gráfico, las nuevas instalaciones racinguistas aventajaban a las de River, Boca y San Lorenzo, “en el detalle importantísimo de las numerosas entradas y salidas que tiene para el fácil acceso y evacuación del estadio”.


La hora del “Gasómetro”

En 1916, tras deambular por varios escenarios, San Lorenzo de Almagro anclaba en Avenida La Plata al 1700, con instalaciones que no diferían mayormente de las habituales en la época. Eran los balbuceos del “Gasómetro”, pero en 1929, tras haberse adquirido el solar, se amplió significativamente la capacidad del recinto, que pasó a constituirse durante no pocos años en el preferido para partidos internacionales y desde 1936 en el mejor iluminado para cotejos nocturnos.

Esa circunstancia determinó que el “Gasómetro”, con capacidad para 60.000 personas, haya sido el estadio en el que se disputó el Campeonato Sudamericano de 1937, cuyos partidos se jugaron por la noche y que se adjudicó la Argentina.

Cerró sus puertas definitivamente en 1979 y no sería exagerado afirmar que su supervivencia le ha conferido una condecoración única: los viejos futboleros dividen sus preferencias entre muchos clubes, pero todos son hinchas del “Gasómetro”.

No habrá olvido para ella

Hasta aquí, un repaso –ligero e incompleto- de las horas de gloria que acompañaron durante la primera mitad del último siglo la existencia de las canchas con tribunas de madera.

Al promediar aquella centuria, avanzó decididamente el desplazamiento de los viejos escenarios y su reemplazo por los nuevos, más amplios y funcionales.

He aquí una nómina de los primeros cambios: Independiente (1928), River Plate (1938), Boca Juniors (1940), Huracán (1947), Racing (1950), Vélez Sarsfield (1951), San Lorenzo de Almagro (1979, último partido en el “Gasómetro”; 1993, inauguración del “Nuevo Gasómetro”).
La noble madera fue víctima del paso de los años. Pero nunca lo será del olvido.



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