Por Ismael Canaparo (Junín, Buenos Aires, Argentina), socio del CIHF.
El recuerdo de cada uno, en particular, es seguramente la única colección “bibliográfica interna” del deporte juninense más o menos capaz de recoger su historia moderna. El recorrido imaginario de las páginas célebres de todos los acontecimientos que hemos vivido hace que se encuentren allí, metidos en el corazón de quienes saben atesorar y regar, de vez en cuando, esos trazos inolvidables de la nostalgia y la revaloración de hechos, circunstancias y protagonistas. No hay mayor consecuencia hacia algo o a alguien, que hacerle un guiño picaresco al olvido, gambeteando las incomprensibles lagunas que existen aquí en cuanto al “deporte de antes”.
En ese tren del “reintegro” al pasado reciente, hemos vuelto a aquellos días de nuestra incipiente juventud, cuando tropezamos con los recuerdos que nos deparó la figura de Hebert Pérez, aquel superdotado zaguero que deleitó con su magia a miles de aficionados, excediendo hasta lo increíble los límites de su entrañable Sarmiento, para transformarse en un emblema nacional del buen fútbol.
El “Mariscal del Área” (nombre del que después se apropió, indebidamente, el periodismo porteño, para bautizar a Roberto Perfumo) fue una de las figuras más sobresalientes que recuerde el fútbol juninense de todas las épocas. No es mucho lo que se ha dicho sobre este hombre que durante años decidió a su antojo que a la pelota hay que tratarla con amor, con cariño, con enternecimiento, aun cuando sus colegas le peguen para arriba, sin vergüenza alguna y, lo que es peor, sin ponerse colorados.
En la difícil tarea de realizar un perfil de este personaje emblemático y talentoso de la década del 50 y parte de la del 60, aparecen muchísimas coincidencias. Porque lo que permanentemente acentuó, no apartándose jamás del libreto, fue su fina delicadeza para salir jugando con pelota dominada, su categoría para plantarse en el medio del área y ser el patrón indiscutido, cruzándose de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, yendo arriba con su “pelada” tan hermosa. Tenía, también, facilidad para darse cuenta, reconocer sus debilidades y hasta sus “perversiones” cuando no tenía más remedio.
Por ejemplo, odiaba tener que transgredir sus límites, por una razón simple: sabía que a sus espaldas quedaba el abismo (o el arquero solo, que es lo mismo). Así, muchos de sus adversarios, sin dejar de elogiarlo, admitieron también su alto grado de caballerosidad.
El “Pelado” fue el mejor en una época donde el fútbol-arte imponía su presencia por sobre el fútbol-resultado. Hebert Pérez hizo escuela, Por talento, por habilidad y solidaridad dentro de un campo de juego. El “Pelado” fue como el mar, que siempre se renueva, que en cada ola destruye una armonía y crea otra, más bella. Ese muchacho, fruto del baldío juninense, de las inferiores de BAP [Club Atlético Buenos Aires al Pacífico], supo como pocos improvisar con cada pelota que llegaba a sus pies. Hizo poner en ridículo a la mayoría de los centrodelanteros que lo enfrentaron.
La salida elegante era flor y fruto de la improvisación del “Mariscal”. En los tiempos actuales, pretender encasillar a un jugador como él, en forma de juego sistematizado, sería poco menos que un asesinato al fútbol de alta clase y personalidad.
Quizá sea necesario dividir los acontecimientos de Sarmiento en toda su historia como se hace en el juego del tarot: pasado, presente y futuro. Durante los años de profesionalismo que lleva la entidad verde en el fútbol de la AFA, jamás apareció otro en su puesto capaz de hacernos olvidar de toda su magia, de todo su destello. Hebert Pérez creó una verdadera escuela sin alumnos, porque nadie entendió su mensaje.
Creó una escuela con el sello inconfundible de su estilo y supo, como ningún otro defensor, construir a su alrededor una aureola de leyenda. Y su notable eficiencia, queda también subrayada por los números.
Vistió la casaquilla de los Behety durante 13 años, desde 1953 hasta 1966, con excepción de la temporada 1959, cuando pasó a brillar en Huracán. En ese lapso, jugó nada menos y nada más que... ¡317 partidos!, y convirtió 15 tantos. Sin su figura, el corazón de Sarmiento comenzó a latir de otra manera. Porque el maestro del área y de la elegancia nunca pudo ser reemplazado.
Precisamente, de su paso por el Globo de Parque Patricios, existe una opinión que volcó Dante Panzeri en El Gráfico, a propósito de Hebert Pérez: “Confieso que entré a la cancha de Huracán con menos entusiasmo que la nada, porque los espectáculos futbolísticos son tan pobres de la mayor pobreza, que uno puede escribir los comentarios en la cocina de su casa, sin miedo de errarle en lo más mínimo.
Sin embargo, a los cinco minutos de estar sentado en la platea, noté mi gravísimo error: el local tenía a un “pelado” en el fondo que era todo un deleite para la vista, por sus sutilezas y sus “guantes” en las dos piernas. Hebert Pérez fue el culpable de haber evitado mi aburrimiento de los aficionados”, subrayó Panzeri, que precisamente no era nada benévolo en eso de repartir elogios.
Pese al tiempo, la figura de Hebert Pérez siempre estará latente entre quienes se regocijan con los sueños de un pasado maravilloso. El “Pelado” no dejó de jugar, no se fue del fútbol. Su magia aparece cuando vemos, de tanto en tanto, a un jugador distinto, cuando la pelota es acariciada con mucho amor, ese instrumento con el que logró formar un solo cuerpo. No habrá ninguno igual, no habrá ninguno...
Imagen: Hebert Edgardo “Mariscal” Pérez (1929-2015) con la camiseta de Sarmiento de Junín.
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